Chiquimulapa es una comunidad rural ubicada en el municipio de Posoltega, departamento de Chinandega, una zona altamente productiva. Ahí vive Justina López, una reconocida líder comunitaria. Ella es la presidenta de la Cooperativa de Mujeres Esperanza de Chiquimulapa (COOPEMUCHIQ), de la que son socias 22 mujeres y dos varones.
Justina es una mujer morena, menuda, de hablar muy elocuente; su vida transcurre entre los quehaceres domésticos, el cuido de los cultivos de su parcela, su crianza de gallinas y las reuniones, capacitaciones y proyectos de la cooperativa. Está pendiente de todo. No descuida nada para que todo marche bien. Confiesa que todo ese trajín es muy agotador, pero “no puedo dejar de hacerlo porque me haría mucha falta”.
En la COOPEMUCHIQ todas las mujeres son productoras, cultivan principalmente maíz y plátanos, además de hortalizas, productos que comercializan con una cadena de supermercados. Pero no todas tienen tierra propia.
La COOPEMUCHIQ está adscrita a la Coordinadora de Mujeres Rurales (CMR), organización de la que son miembros diversas cooperativas y asociaciones de mujeres rurales productoras a nivel nacional. La CMR a la vez, es parte del comité de gestión de la ENI.
Una lucha sin descanso
Justina asegura que para las mujeres de la COOPEMUCHIQ, la lucha por la tierra ha sido todo un proceso lleno de dificultades, pero con resultados significativos. “Varias mujeres, las más jóvenes, no tienen tierra propia, son nuevas socias, pero a ellas les ha costado mucho el trabajo en la cooperativa porque tienen que alquilar para poder producir” explica.
“Mi mayor preocupación son las mujeres sin tierra” afirma Justina, porque sin tierra propia las agobia la desesperanza. Asegura que esa es una de las razones por las que en este país muchas mujeres deciden emigrar y muchas criaturas quedan abandonadas, “nosotras no queremos que eso pase en nuestra comunidad. No queremos que los niños se críen sin su madre, porque el padre ahora está, pero mañana no está y hasta los puede dejar botados”.
Para Justina la solución está en la tierra, por eso no abandona la lucha. “Con media manzana de tierra una mujer se defiende, nosotras queremos que ellas tengan un patrimonio propio, para que no anden viviendo arrimadas o humilladas, ni dependiendo de un hombre. Que se sientan apoderadas, eso es muy importante” afirma.
Por otro lado lamenta que hay personas que si tienen la tierra pero no la valoran o no piensan en el futuro de sus hijos y nietos y se deshacen de estas; sucumben a las ofertas que les hacen las empresas que quieren expandir sus propiedades en la zona.
“Yo siempre he dicho que él que tiene un pedazo de tierra, tiene oro en sus manos” asevera la líder campesina.
El amor a la tierra comienza en casa
Justina solo tuvo dos hijos, ambos ya hicieron su vida aparte, “a cada uno le di su pedacito de tierra, ellos la trabajan con sus parejas” afirma. Asegura que ella ha organizado y empoderado a sus nueras y refiere que a una de ellas le ha gustado tanto la agricultura que además de sembrar la pequeña parcela junto a su marido, también alquila otra para producir más, “se está esforzando mucho porque también es panadera, ella sale a vender pan,” dice orgullosa.
Ella cuenta con el apoyo de Wilfredo, su marido, “él ya no trabaja mucho en la tierra porque se enfermó de la creatinina por los años que trabajó para el ingenio, pero cuando yo salgo a las reuniones él se queda cocinando” asegura Justina.
“A veces él me dice ‘ya no sigás que yo no te puedo ayudar; no te metás a más compromisos que ya no puedo’ pero como a nosotras nos ha gustado la lucha, ahí andamos,” cuenta Justina mientras sonríe. Ella cree incondicionalmente en la causa por la que trabaja y no pretende abandonarla hasta que se agoten sus fuerzas. Su compromiso es inmenso.
El surgimiento de la COOPEMUCHIQ
Justina rememora los inicios de la cooperativa a la que pertenece: “Nos organizamos a raíz del desastre del huracán Mitch” relata. Recuerda que para entonces solo eran un grupo de 10 mujeres que quería hacer algo para tener y producir la tierra, con el apoyo de los hombres, pero sin depender de ellos.
Recuerda que iniciaron como una asociación, y que se lograron constituir como cooperativa en el año 2005, gracias al apoyo del Centro para la Promoción, y el Desarrollo Rural Social (CIPRES), que para entonces ejecutaba proyectos en las zonas rurales de occidente.
Justina advierte que para entonces la tenencia de las tierras estaba en manos de los hombres, pero luego de años de trabajo conjunto, negociación y un largo proceso legal, la mayoría ha logrado conseguir escrituras mancomunadas. Ahora las familias son más unidad.
Actualmente además de producir con técnicas agroecológicas, continúan trabajando de cerca con la CMR en la formulación de iniciativas, proyectos y actividades de cara a lograr alcanzar el sueño de las mujeres que aun no tienen tierra propia.